viernes, 30 de septiembre de 2011

Pequeñas voces: Colombia sigue perdiendo su campo

(Escrito el 21 de septiembre de 2011)


Cuando una tragedia nacional como el desplazamiento interno de campesinos,  se ha comunicado por los medios masivos con tanta asiduidad, desafortunadamente el público ha llegado al punto de insensibilizarse ante este cruel fenómeno y ha asumido la posición de sobrellevarlo como un problema más de los tantos que hay. Se ha perdido la sorpresa por la realidad, y mucho peor, se ha perdido la vergüenza.
Al suceder esto, es cuando se hace necesaria la intervención del arte para que el asunto no sólo sea informar al público general de la situación, es decir, que se sepa que sucede, sino que emocionalmente los espectadores se conmuevan ante esta triste cadena de hechos que se ha vuelto inmanejable tanto para el gobierno como para sus habitantes.
La película Pequeñas voces de Jairo Carrillo y Oscar Andrade, afortunadamente no es ni una noticia más, ni un reportaje más, ni un documental más acerca del desplazamiento, sino que es una obra que sobresale por encima de otras, gracias a la visión proyectada desde el punto de vista de los autores.
El espectador de antemano sabe que va a encontrarse ante un relato documental acerca del salvajismo de la guerra colombiana contra los niños, pero la primera sorpresa antes de la llegada del monstruo devorador creado por los adultos, es la presentación del mundo que va a ser destruido.  En esas secuencias del primer acto, el mundo del campo colombiano es mostrado con su belleza, pero desde el punto de vista infantil. Destacan el contacto con los animales, el cuidado con los alimentos de la tierra y también con la sencilla, pero también, la cercana relación de los cuatro niños protagonistas con sus padres.  En este punto del relato, la obra es envolvente por la sensación de cercanía que tienen los niños con su entorno, incluso con los pequeños centros urbanos donde llevan en familialos productos de sus fincas. El tiempo de concentración en describir el hermoso mundo que han construido por generaciones los campesinos colombianos, es posteriormente, lo que causará dolor al espectador y más aun, al espectador colombiano, de ver y oír como la belleza de las montañas y riberas y también de las personas que las habitan, son destruidas  mientras sus pobladores son sacados a la fuerza.
Esta parte de Colombia está intencionalmente construida a partir de dibujos de los propios niños. La dirección de arte de la animación es una artesanía en general en todas sus generalidades y detalles. La mirada infantil es la que dicta el concepto de convivencia: los papás cuidando de cerca a los niños, los niños ayudándole a los papás a cuidar el hogar y la desinteresada amistad con los otros niños de la región.  No hay que esperar que el largometraje tenga las exigentes características técnicas de animación que tienen los estudios de Hollywood. Son diametralmente opuestas y con objetivos distintos. Además, Pequeñas voces no necesita está alta factura. Su fuerte discurso, paradójicamente construido con ternura, sostiene la sencillez de las animaciones.  La belleza natural de los paisajes de Colombia se reduce a su mínima sencillez y esto es un punto a favor de la narración. Traduce muy bien, lo que es una animación hecha en Colombia, mostrando lo que le pertenece en primera instancia, que es su belleza natural y la calidez de sus habitantes.  Además propone una animación hecha desde el punto de vista campestre, no desde los adelantos tecnológicos de las grandes ciudades.
Siguiendo con los escenarios, las que si no quedan bien paradas en el relato, son las ciudades colombianas, o Bogotá sólo para este caso, y no porque no sean bonitas, sino porque se han convertido en el rudo espacio final para los desplazados. Son lugares agresivos, grises y peligrosos para ellos. Y esto sucede porque son el destino obligado de los maltrechos desplazados que deben someterse a las duras reglas de supervivencia en las ciudades.
Al final, la película deja una doble sensación incrustada en el pecho. Primero, el dolor de un país que se está autodestruyendo pasando por encima de sus pequeños hijos, pero también queda la sensación de querer ver como sus creadores hilaron este hermoso relato e indagar como fue hecha toda su manufactura. Es una película para sentir orgullo por su relato, pero tristeza, por la realidad de las historias.