viernes, 3 de diciembre de 2010

2012: si el mundo se va a acabar, que sea con mejores diálogos

(Escrito el 1ro de diciembre de 2009)

“¿Me estás invitando a salir?”, “Papá quiero ir contigo” o “Debo quedarme para decirle al mundo que no sobreviviremos” son algunas de las líneas que dicen varios de los personajes de 2012, la última película de Roland Emmerich, el alemán especialista en cine de desastres que ha traído su última obra para el final de temporada de este año y que coescribió con Harald Kloser.  Estas líneas dentro de la trágica destrucción de la tierra, en vez de enaltecer el drama, más bien lo ridiculiza, y ahí tenemos gran parte del problema de esta costosísima obra, que en la construcción de personajes, sus relaciones, sus conflictos y también sus finales con la muerte de algunos de ellos, son muy débiles comparado con el espectáculo de destrucción que si tiene un nivel muy alto y que paga por completo la entrada al cinema. 
La destrucción de las ciudades de Las Vegas y Los Angeles, la erupción del parque Yellowstone, el hundimiento del Tibet y la desaparición de Washington D.C. dejan boquiabierto a cualquier espectador porque esas imágenes son realmente poderosas y vigorosas, y en esto Emmerich y los estudios de efectos especiales contratados para realizarlos se llevan todos los aplausos.  Al fin y al cabo esa es la especialidad de Emmerich por la que ha tenido sonoros triunfos taquilleros como Día de independencia y El patriota, siendo esta última la mejor película que ha hecho este director, teniendo en cuenta la mezcla de narrativa, drama, personajes, combates y efectos.  Esto pudo suceder porque no escribió su guión, como si lo hizo en Godzilla y 10.000 años antes de Cristo sus dos estruendosos fracasos.   La habilidad de Emmerich no está en la dramaturgia, está en la dirección y en la visión de los desastres y peligros que pasarán sus protagonistas, aunque en 2012 varias de ellas, son poco verosímiles como los vuelos de los aviones con la pista destruyéndose por detrás, o la limosina esquivando abismos en la ciudad de  Los Angeles.
Hay un elemento de particular atención en los personajes elegidos en la película que dejan entrever como subtexto, que está creada también para que Estados Unidos por medio de su propaganda cultural con Hollywood, se muestre dentro de los límites de lo denominado políticamente correcto en imagen hacia el mundo.
Primero porque varios de sus protagonistas y coprotagonistas son de raza negra como el geólogo Adrian Helmsley, interpretado por el inglés Chiwetel Ejiofor de antepasados nigerianos, Laura Wilson la hija del presidente de Estados Unidos quien la interpreta la inglesa Thandie Newton, el sacrificado presidente de los Estados Unidos Thomas Wilson representado por el veterano Danny Glover, quien se entrega a la muerte colectiva para acompañar a su pueblo en ese duro momento, y el pianista Harry Helmsley quien es personificado por Blu Mankuma, padre del geólogo. Todo esto pasa porque ahora Barack Obama es el primer presidente negro de Estados Unidos. ¿Conveniente no?  Además al final después de este nuevo “diluvio universal”, el continente de África es el más beneficiado de todos al quedar mejor ubicado en el nuevo orden geológico, como si se tratara de reivindicar este continente que fue saqueado una y otra vez en los últimos siglos.  Claro que si se lee este subtexto con mayor desconfianza, es evidente que solo con una hecatombe mundial África podría levantarse nuevamente. 
Finalmente,  el tercer acto se desarrolla en las montañas de la China el gigante asiático, que económicamente se está haciendo cada vez más poderoso y que es un obligado aliado comercial para los intereses de los países más poderosos.  Así queda muy bien Hollywood con ellos, para posteriores contratos. "China, ayúdanos a salvar el mundo".
El reparto realmente es de lujo, pero no aportan mucho por la floja construcción de los personajes, a pesar de tener a John Cusack, Amanda Peet y George Segal, además de los nombrados anteriormente.  Solo resaltan Woody Harrelson como Charlie Frost, el hombre que anuncia el fin del mundo por la radio, quien tiene las pocas buenas líneas del guión y el eterno actor secundario Oliver Platt como Carl Anheuser el oscuro político que toma las riendas de la salvación.
La idea de la salvación por medio de unas arcas con las que emulan el retrato bíblico del Árca de Nóe es muy creativo, y se nota que si se pagó por una buena asesoría para pensar en la manera de salvación en el caso de una destrucción de la tierra, y también el cinismo más cercano a la realidad en lo referente al proceso de selección para los elegidos del viaje, cuando tiene mayor importancia el dinero que los genes de las razas, con lo cual superan la historia tal y como "se vendió” desde hace miles de años en la Biblia.   Si ese dinero en asesoría se hubiera invertido también en el guión la propuesta hubiera sido mucho mejor, porque material para hacer una mejor propuesta si tenían, pero pesaron más los efectos y la destrucción.  Si nos queremos asustar con la llegada del fin del mundo, mejor volver al documental clásico de los ochentas, Nostradamus, El hombre que vió el mañana presentado y narrado por Orson Welles. Ese si da más temor.

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