jueves, 25 de noviembre de 2010

El último de los cines románticos. Adiós al cine Riviera

(Escrito el 7 de abril de 2008)



En la primera película proyectada, Charlton Heston era el piloto de un avión comercial que trataba de salvar a los pasajeros y a su tripulación de un secuestrador veterano de la guerra de Vietnam. En la última, Diane Lane era una policía especializada en Internet que trataba de detener a un asesino que difundía sus crímenes vengativos por su página en la red.  Desde “Alarma, Vuelo 502 secuestrado” hasta “Sin rastros”, pasaron 35 años y un día en los que el Cine Riviera presentó las más importantes películas en Bucaramanga. Este 24 de marzo fue presentada la última función y aunque sus dueños -la familia Torres Peralta-, querían hacer la despedida en silencio, es más que justo hacerle un homenaje a esta sala que durante tanto tiempo le dio alegrías, drama, sonrisas, lágrimas y toda clase de emociones a Bucaramanga.


El Riviera fue el último cinema independiente de la ciudad que se mantuvo frente a las grandes cadenas de cine que son parte de los centros comerciales. Y el público cada vez es más cómodo y menos romántico, por eso dejaron de ir a estas salas.  Con la ida del Riviera, muere gran parte del romanticismo del cine, cuando hoy los espectadores  prefieren las salas múltiples y los lujos que las acompañan.
Antes se habían despedido teatros como el Garnica, Real, Sotomayor, Libertador,  Analucía, Rosedal y Unión. Ahora, infortunadamente le llegó el turno al Riviera.  Los que lo amaron, no querían que llegara ese final, pero como en las películas, también ocurrió;  sobre la pantalla en negro apareció el texto: El Fin.  No hubo ningún héroe que lo salvara como en todas las funciones que presentó; esta vez, el cinema se quedó solo. Ni siquiera el primero de todos: Charlton Heston, quien el 5 de abril dejó de existir. 
Su historia empezó como los grandes romances que tanto fueron proyectados en su pantalla gigante: el empresario bogotano Camilo Torres Herrera se enamoró de la bumanguesa Emma Peralta Ordóñez y al estar visitándola constantemente en la ciudad, finalmente decidieron casarse e irse a vivir a Bogotá. Pero como su amor por la ciudad era tan grande y venían tanto a visitar a la familia de ella, él quiso hacer un regalo: un cine de lujo. El 23 de marzo de 1973 con invitados políticos y sociales, fue hecha la inauguración de una sala con capacidad para 660 personas, en una zona del barrio Mejoras Públicas en la calle 33 con carrera 31 que por esos días era únicamente residencial.
El Riviera, por muchos años fue la principal sala de la ciudad. En los setenta y ochenta era costumbre de los asistentes hacer grandes filas hasta el final de la cuadra para entrar a cualquiera de las tres funciones: matutina, vespertina y nocturna (3:30, 6:30 y 9:30 p.m. respectivamente). Había revendedores de boletas porque era difícil conseguir espacio para ver superproducciones inolvidables para el público de la época como: “La Guerra de las Galaxias”, “Aeropuerto”, “E.T.”, “La Profecía” y “Tiburón”.  Héroes inmortales como Rocky, James Bond, Indiana Jones y Batman, pasaron por el Riviera.  Los musicales que ya no son tan famosos en la actualidad, tuvieron su furor con “Jesucristo Superstar”, “Brillantina”, “Fiebre de sábado en la noche”, “Flashdance”, “Footloose” y “Chicago”. Fue la casa de grandes clásicos como: “Ben Hur”, El Violinista en el Tejado y el Dr. Zhivago. En esos tiempos la gente aplaudía al final de cada función y con tal de ver una película se sentaban hasta en las escaleras de la sala. Las películas duraban en cartelera por meses y era costumbre también para varios, repetirla.
Con la partida del Riviera se van grandes recuerdos de mucha gente de la ciudad. Allí varios tuvieron su primera salida a cine solos, su primer beso, su encuentro familiar con los primos que visitaban la ciudad, su iniciación en los dibujos animados acompañados por sus padres y fue el refugio especial para los cinéfilos solitarios como Julián García, el cliente más asiduo quien iba solo al cine dos y tres veces a ver la misma película.
Él, luego se convirtió en un amigo de la casa y muchas veces lo dejaban entrar sin pagar o por lo menos, no tenía que hacer la fila. Por allí pasó gente como un vecino quien confesó que en 1986 fue 14 veces a ver “Top Gun”. Era el cine familiar donde muchos padres que vivían ocupados trabajando, dejaban a sus hijos en la sala al cuidado de los empleados del cine y pasaban a recogerlos. Así era el grado de confianza que había con sus diez trabajadores. Era la única sala donde en la entrada se saludaba al taquillero, al portero, al hombre del parqueadero, a las mujeres de la cafetería y hasta saludar de beso a su gerente y su administradora. En los cines de cadena el servicio es de alta calidad, pero se siente que se es un cliente más. En el Cine Riviera el cliente era un amigo más. Fue el verdadero teatro en casa, porque para muchos era una casa para ir a soñar.
Los miércoles fueron el día celebrado por los medios de comunicación porque el Riviera se caracterizó por hacer los estrenos en su función de las nueve y media de la noche. También los miércoles organizaron funciones especiales con películas dedicadas exclusivamente al cine arte. Allí, no todo podía ser dinero y superproducciones.
Su pantalla fue por varios años insuperable y su sonido Dolby Digital podía hacer sentir a la gente totalmente dentro de la película. Y en los setenta precisamente hubo gente que se asustó tanto con la inauguración del sonido sensurround de la película  “Terremoto”, que salieron corriendo de la sala, creyendo que estaba temblando de verdad. Eran otros tiempos, menos tecnología y más sentimiento. Sus crispetas importadas fueron tan famosas que algunos sólo entraban para comprarlas y volver a salir. El propio gerente de Cine Colombia, Álvaro Hernández, les decía eso cuando iba a visitarlos y de paso se comía unas palomitas de maíz.  Había seguidores de la sala que también preferían sus perros calientes a los de lugares especializados en comidas rápidas.
Sus directivos siempre fueron conscientes de los cambios y por eso en marzo de 1998 decidieron hacer una gran reforma: construir dos salas, para poder tener una mayor oferta de películas. Además, cambiaron su nombre a Cinemas Riviera. Cuatro meses se demoraron para tener lista la sala uno y dos meses más para la sala dos, cada una de ellas con 230 butacas. El escenario fue recortado, pero su pantalla y su sonido se mantuvieron. Y así estuvieron presentes por diez años más. Pero quien no pudo estar en la totalidad de esta nueva etapa fue su proyeccionista Francisco Navarro Cárdenas, quien murió el 10 abril de 2002, al poco tiempo de cumplir 28 años en esta labor.
Ese fue uno de los momentos más dolorosos para la familia en que se había convertido todo el equipo del Riviera. Pero también en el cine hubo un encuentro con la vida y fue el caso del segundo hijo de la administradora Esperanza Sandoval, quien el 26 de julio de 1994 estaba embarazada y cuando se encontraba en la oficina sintió los dolores de parto, por lo que se fue inmediatamente a la Clínica Ardila Lülle para dar a luz. Allí se vivió una de las leyes de la vida: unos se van y otros llegan.
Durante todos estos años el Riviera tuvo muchas facetas para sus espectadores: fue el barco en búsqueda del tesoro, la nave espacial que encontró nuevos mundos, el avión a punto de estrellarse, el auto imparable de los gángsters, la motocicleta inalcanzable para la policía, el colegio de las rebeliones, la universidad de los sueños, las grandes ciudades donde la gente se perdía y el pequeño pueblo donde todos se conocían. Dentro de él, muchos pudieron recorrer el mundo, desde la inhóspita Alaska, hasta los mares del sur. Desde los enormes desiertos, hasta las grandes profundidades del mar. En el Riviera conocimos los secretos del universo, del amor y de la vida. Vimos pérdidas irreparables para la humanidad y grandes obras de amor para salvarla.  
Cabe para esta despedida citar la frase final de Roy Batty, el personaje agonizante que interpretó Rutger Hauer en “Blade Runner”: “Yo he visto cosas que no creerías, naves de ataque en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tanhauser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.  Es hora de morir”.
Con el cierre del Riviera, los bumangueses pierden el regalo que les dio la familia Torres Peralta. Se le dice entonces adiós a un amigo que siempre compartió sus sueños y que con él, se va gran parte de la memoria cinematográfica de la ciudad. Harán mucha falta Martha, Esperanza, Tilcia, Tina, José y María, quienes estuvieron presentes hasta la última función.

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